El Sol gira alrededor de la Tierra momento histórico que dejó de aceptarse

Las estrellas fijas (del latín stellae fixae) son objetos celestes que no parecen moverse con respecto a las otras estrellas del cielo nocturno. Una estrella fija es por ende cualquier estrella excepto el Sol. Una nebulosa u otro objeto con forma de estrella también puede llamarse estrella fija. En diversas culturas se ha imaginado que las estrellas constituyen imágenes en el cielo llamadas constelaciones. En la antigua astronomía griega se creía que las estrellas coexistían en una Esfera celeste o firmamento, que giraba a diario en torno a la Tierra.

El Sol gira alrededor de la Tierra momento histórico que dejó de aceptarse

Las estrellas fijas en la representación del sistema solar de Tycho Brahe.

La frase se originó en la Época Clásica, cuando los astrónomos y filósofos naturales dividieron las luces celestes en dos grupos. Uno contenía las estrellas fijas, que parecían salir y ponerse sin cambiar de disposición con el tiempo. El otro comprendía los planetas a simple vista, a los que llamaban estrellas errantes. (Al Sol y la Luna también se los llamaba planetas en ocasiones). Los planetas parecían moverse y cambiar su posición en cortos periodos de tiempo (semanas o meses), y parecían moverse entre las bandas de estrellas llamada zodíaco. También pueden distinguirse de las estrellas fijas porque estas tienden a centellear, mientras que aquellos parecen brillar con una luz estable.

El catálogo de estrellas compendiado por Claudio Ptolomeo en el siglo II d. C. comprende 1022 estrellas fijas visibles desde Alejandría. Este se convirtió en el número estándar de estrellas de la cultura occidental durante miles de años. El número de estrellas visibles a simple vista es de cerca de 6.000; solo alrededor de la mitad son visibles en un momento específico de la noche y en un punto concreto de la Tierra. Todas se encuentran en la Vía Láctea y se encuentran a diferentes distancias de la Tierra. La mayoría solo puede detectarse con telescopios o infiriendo indirectamente su existencia, pues o son muy pálidas o están cubiertas por gas interestelar, polvo u otras estrellas más cercanas.

Las estrellas fijas tienen paralaje, que es un cambio en la posición aparente causado por el movimiento orbital de la Tierra, el cual sólo fue observado en tiempos modernos. Se puede utilizar para medir las distancias entre estrellas cercanas. Este movimiento es tan solo aparente.

Sin embargo, las estrellas fijas exhiben movimiento real, el cual puede entenderse dentro del movimiento de la galaxia a la que la estrella pertenece, en parte debido a su rotación, y en parte al movimiento propio a la estrella.

El movimiento real de la estrella se divide en movimiento radial y propio, siendo el segundo el componente a lo largo de la línea de visión.[1]​ En 1718 Edmund Halley enunció su descubrimiento de que las estrellas fijas tenían en realidad movimiento propio.[2]​ Las culturas antiguas no lo habían inferido porque requiere de mediciones precisas durante largos periodos. De hecho, el cielo nocturno de hoy se parece mucho a como lo hacía miles de años atrás, tanto que algunas de las constelaciones modernas ya habían sido bautizadas por los babilónicos.

El movimiento propio puede determinarse midiendo la posición de una estrella relativa a un conjunto seleccionado y limitado de objetos muy distantes que no exhiban movimiento mutuo, que por su distancia, puede asumirse que tienen muy poco movimiento propio.[3]​ También puede hacerse de otro modo, comparando fotografías de una estrella en diferentes momentos con respecto a un gran fondo de objetos más distantes.[4]​ La estrella con el mayor movimiento propio conocido es la Barnard.[2]

La frase estrella fija es técnicamente incorrecta, pero aun así se usa en contextos históricos, y en la mecánica clásica.

En tiempos de Newton las estrellas fijas se presentaron como un sistema de referencia supuesto relativo al espacio absoluto. En otros sistemas de referencia al menos con respecto a las estrellas fijas o en traslación uniforme relativa a estas estrellas, las Leyes de Newton se suponían válidas. En cambio, en sistemas acelerados respecto a las estrellas fijas, y en particular en los de rotación relativa respecto a estas, estas no eran válidas en su acepción más simple. Debían adicionárseles fuerzas ficticias como la centrífuga y el efecto Coriolis.

Tal y como sabemos ahora, las estrellas fijas no están fijas. El concepto de sistemas de referencia inerciales no está ya vinculado a las estrellas fijas o el espacio absoluto. Por el contrario, la identificación de un sistema inercial se basa en la simplicidad de las leyes físicas en el sistema, en particular, la ausencia de fuerzas ficticias.

  1. John R. Percy (2007). Understanding Variable Stars. Cambridge University Press. p. 21. ISBN 0521232538. 
  2. a b Theo Koupelis, Karl F. Kuhn (2007). In Quest of the Universe. Jones & Bartlett Publishers. p. 369. ISBN 0763743879. 
  3. Peter Schneider (2006). Extragalactic Astronomy and Cosmology. Springer. p. 84, §2.6.5. ISBN 3540331743. 
  4. Christopher De Pree, Alan Axelrod (2004). The Complete Idiot's Guide to Astronomy (3rd edición). Alpha Books. p. 198. ISBN 1592572197. 

  •   Datos: Q430297

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La teoría convencional de la época era que la tierra se encontraba en el centro del universo y por consiguiente los planetas giraban alrededor de ésta.

En la sala de honor del convento dominicano de Santa María Sopra Minerva, Italia, se obligó a Galileo Galilei a reconocer públicamente como error una verdad. “Yo, Galileo Galilei, abandono la falsa opinión de que el Sol es el centro -del Universo- y está inmóvil. Abjuro, maldigo y detesto los dichos errores”. Una leyenda dice que al ponerse de pie murmuró su famosa frase: “E pur si muove”, Y sin embargo -la Tierra- se mueve. Bittorio Messori, en su libro Leyendas Negras de la Iglesia, explica que esta fue inventada por el periodista Giusseppe Baretti, en 1757, en Londres.

Mas no solo la expresión ha sido cuestionada, el proceso que se le hizo por el resultado de sus investigaciones ha tenido adversarios.

Para Eduardo Suger, doctor en física y matemática y rector de la Univesidad que lleva el nombre de este científico, Galileo fue quien verdaderamente sentó las bases de la teoría heliocéntrica: el Sol es el centro del sistema planetario y este gira a su alrededor. “Esto hacía que el planeta azul -Tierra- perdiera su protagonismo. Esa posición especial en el Universo, al pasar a ser un planeta más”, agrega.

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En ese entonces se tenía como verdad la teoría geocéntrica que defendía que la Tierra era el centro del Universo, por lo que las estrellas, el Sol, la Luna y los planetas giraban a su alrededor, propuesta hecha por el matemático griego Claudio Ptolomeo, en el siglo II, quien se basó en las ideas de Aristóteles.

Nicolás Copérnico ya había dicho que el Sol no era el que daba vueltas alrededor de la Tierra. Este sacerdote, que dedicó parte de su vida al estudio de la Astronomía, escribió un libro para demostrar su nueva teoría, considerada el fundamento de la Astronomía moderna. Pero por la época en la que vivía -siglo XVI- sabía que sus ideas no serían aceptadas, por lo que no imprimió el documento hasta que estuvo cercana su muerte. Fue Galileo, quien al perfeccionar el telescopio, observó los cielos y comprobó la teoría heliocéntrica.

Llamadas de atención

En 1610 Galilei publicó su obra El mensajero de los astros, en la cual daba a conocer su descubrimiento. “Doy gracias a Dios, que ha tenido a bien hacerme el primero en observar las maravillas ocultas a los siglos pasados. Me he cerciorado de que la Luna es un cuerpo semejante a la Tierra. He contemplado una multitud de estrellas fijas que nunca antes se observaron. Pero la mayor maravilla de todas ellas es el descubrimiento de cuatro nuevos planetas -cuatro satélites de Júpiter-. he observado que se mueven alrededor del Sol”.

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Esta posición fue rechazada por la Iglesia Católica. En 1616 se le llamó la atención en una reunión privada, en la que fue objeto de una advertencia, cita Mauricio Schocet en su publicación Ciencia y religión: de la persecución de la iglesia católica contra Galileo a los reconciliacionistas actuales. Galileo aceptó no defender la teoría de Copérnico, pero continuaría enseñándola y la discutiría con el objeto de hacer deducciones. El cardenal Roberto Bellarmino dijo que podían utilizar los métodos de cálculo propuestos por Copérnico, pero no podía aceptar la realidad física del movimiento de la Tierra, porque estaría en contradicción con el texto bíblico.

Aunque pasó tiempo sin hablar en público del tema, en 1632 publicó su obra Diálogos acerca de los sistemas del mundo, en el que reiteraba sus ideas, por lo que fue citado otra vez ante el Tribunal del Santo Oficio, y se dio el juicio.

El teólogo guatemalteco José Maximiliano Pedroza dice que no se puede juzgar a la Iglesia con los criterios que tenemos hoy, porque no son los mismos que hace cuatro siglos. “Hacer una sentencia del pasado con valoraciones actuales, es un error”, agrega. Se debe situar en la época; en aquel entonces se desarrollaba la Contrarreforma, cuando la Iglesia Católica era sensible ante quienes interpretaban la Biblia por su cuenta, apartándose de la tradición, porque el enfrentamiento con el protestantismo era fuerte. Galileo, al defenderse de quienes decían que el heliocentrismo era contrario a la Sagrada Escritura, se colocó como teólogo, peligroso en aquellos años porque no lo era.

Para el doctor Armando de la Torre, catedrático de Ciencias Sociales de la Universidad Francisco Marroquín, el error de Galilei fue defender su teoría científica con argumentos bíblicos, que no tenían nada que ver. Además, lo hizo ante jueces que eran grandes conocedores de la doctrina, por lo que tenían mucho más conocimientos que él en la Sagrada Escritura. “Creo que ese desacierto fue una de las cosas que provocó su castigo”, indica.

Para Pedroza, Galileo no se equivocó al decir que la Biblia no pretende enseñarnos ciencia y se acomoda a los conocimientos de cada momento, e incluso, mostró que en la tradición de la Iglesia se encontraban precedentes que permitían utilizar argumentos como los que él proponía. “pero, en una época de fuertes polémicas teológicas entre católicos y protestantes, estaba mal visto que un profano pretendiera dar lecciones a los teólogos, proponiendo además novedades un tanto extrañas”, comenta.

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El investigador era un gran católico. El papa Urbano VIII era un admirador de Galileo, a quien dedicó una poesía latina en la que alababa sus descubrimientos astronómicos, cuenta Pedroza.

Eduardo Suger dice que a pesar de su convicción religiosa, pudo diferenciar entre el punto de vista científico y la fe, no los mezcló.

Él sabía por las conversaciones que había tenido con el Papa que consideraba que sus ideas como una posición doctrinalmente temeraria, y estaba convencido de que nunca se podría demostrar. Decía que los mismos efectos observables que se explican con esa teoría podrían deberse a otras causas diferentes, pues en caso contrario estaríamos limitando la omnipotencia de Dios. “Se trataba de un argumento que, aparentamente, tenía mucha fuerza, y parecía que quien pretendiera haber demostrado el copernicanismo estaba poniendo límites a la omnipotencia de Dios”, agrega el teólogo.

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Mas el heliocentrismo no fue condenado como herejía, sino como una teoría falsa y contraria a la Sagrada Escritura, donde se dice que la Tierra está quieta y el Sol se mueve, de acuerdo con esa experiencia. Además, la tradición de la Iglesia así había interpretado la Biblia durante siglos, y el Concilio de Trento había insistido en que los católicos no debían admitir interpretaciones que se apartaran de lo dicho por los Santos Padres, comenta Pedroza.

Uno de esos pasajes bíblicos que trata sobre los planetas y en los que se apoyaban para decir que el Sol era el que se movía y no la Tierra, es el de la batalla de Gabaón, cuando Josué, jefe de los israelitas, ordenó al Sol que se detuviera, y no a la Tierra. “Sol, detente en Gabaón; y tú, Luna, en el valle de Ajalón. Y el Sol se detuvo y la Luna se paró, hasta que la gente se hubo vengado de sus enemigos”, relata el texto sagrado.

Una nueva forma de pensar

Suger apunta que Galilei, al igual que los griegos, creía que todo lo que sucede en el Universo obedece a leyes naturales y de ahí surgen las leyes de la física y las del movimiento, de las que Galileo es el precursor. “Por eso se le considera que con él surgió una nueva forma de pensar en la humanidad”, destaca.

En ese tiempo, quien tenía ideas diferentes era sancionado. Antes de Galileo la gente aceptaba cualquier teoría con mucha facilidad, sin comprobación. A nadie se le ocurrió averiguar si era cierto lo afirmado.

“Pero para él todo debía ser medible. Es el primero en abandonar la especulación, todo lo estudió por medio de observaciones, antes de enunciar una teoría”, agrega el rector de la Universidad Galileo, quien indica que eligieron ese nombre porque él se atrevió a pensar diferente, aunque era peligroso, lo hizo, y no se ajustó a lo que la mayoría decía, así cambió el futuro.

Muchos califican duramente el actuar de la Iglesia, al llamar a la condena de Galilei el error más grande. Y algunos han llegado a pensar que el astrónomo fue torturado y ejecutado por La Inquisición, lo que no es cierto. Pedroza dice que aunque fue condenado a prisión, esta fue conmutada inmediatamente por arresto domiciliario, “nunca llegó a ingresar en la cárcel”.

No perdió la estima o la amistad de obispos y científicos y nunca se le impidió seguir con su trabajo, por lo que publicó otro libro: Discursos y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias, su obra maestra científica, señala Leyendas negras de la Iglesia. Murió el miércoles 8 de enero de 1642, en su casa, en las afueras de Florencia, a los 78 años.

En 1835 la Iglesia levantó la prohibición que pesaba sobre sus enseñanzas astronómicas. Juan Pablo II, durante su papado, solicitó a especialistas identificar lo relacionado con el caso de Galileo y pidió perdón por los posibles errores que la Iglesia cometió en su tiempo, al juzgar a personas que impulsaban la ciencia. Para algunos fue un poco tarde, pero para otros la condena no fue por lo que dijo, sino por cómo lo dijo.

*Publicado originalmente en Revista D / Julieta Sandoval el 24/06/2012.