25 mil horas são quantos dias

Quelque chose n'a pas fonctionné! Vérifiez vos entrées, assurez-vous qu'ils sont tous les numéros.


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también, para ver si logran crear un público de personas que callejeen lentamente, que observen y que vean. Construyan ustedes soportales, planten árboles, pongan bancos. Den con

ciertos públicos, y, sobre todo, favorezcan la fundación de cafés, 5 porque de nada sirven las bibliotecas en una ciudad donde no hay cafés.

De este modo, dos o tres millones de personas llegarán a perder tres o cuatro horas cada día. Supongamos a los americanos les gusta ver las cosas en números —, suponga

mos ocho millones de horas dedicadas diariamente al ocio — las 10 horas, naturalmente, de muchísima gente — y supongamos esto

durante cincuenta años. El total sería de unos ciento cincuenta mil millones de horas que se habrían pasado sin hacer ningún esfuerzo físico, flaneando, curioseando, soñando, conversando

o pensando tonterías. Ciento cincuenta mil millones de horas 15 de aislamiento, de inconsciencia y de libertad mental en que el

cerebro parece como que se separa de su dueño y hace, no las cosas que le interesan al dueño, sino las que le interesan a él, trabajando con un plan, desde luego, porque el cerebro siempre

tiene su plan, pero no con el plan que le impone su dueño 20 cuando se va a una biblioteca o a un laboratorio ... De esos

ciento cincuenta mil millones de horas no exageríamos calculando una pérdida de ciento cuarenta y nueve mil novecientos noventa y nueve millones novecientos noventa y nueve mil.

Novecientas noventa y tantas, en cambio, habrían servido 25 para hacer música, versos, novelas, cuadros, ensayos, estatuas,

etc., cosas todas que no pueden sobrar jamás en una ciudad como Nueva York. Y en sólo una hora restante, en media, nada más, o únicamente en cinco minutos, hubiera podido

surgir uno de esos pensamientos fundamentales que dirigen 30 a la humanidad durante siglos y siglos porque estos pensa

mientos se extraen al sin fin de las horas perdidas por un procedimiento parecido al que sirve en química para obtener el rádium ...


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CÓMO FUNCIONA EL CEREBRO ALEMÁN

Estos alemanes han inundado al mundo de cerveza, de filosofía, de salchicha y de música. Todo ello es fuerte y pesado. Para digerirlo bien, hacen falta estómagos alemanes y cabezas

alemanas. En España somos sobrios, no sé si por naturaleza 5 o por costumbre, y tanto de alimentos materiales como de ali

mentos filosóficos; así es que los productos alemanes nos hicieron daño al principio. Nietzsche no es lo mismo que Balmes, ni las salchichas de Francfort son como el salchichón

de Vich ... Las primeras ediciones de la casa Sempere y los 10 primeros bocks de la cervecería de El Cocodrilo nos produjeron

a todos algún embarazo. Hubo indisposiciones pasajeras y hubo reventones definitivos. Algunos se inutilizaron para siempre del estómago. Otros perdieron la cabeza. Y los alemanes, mientras

tanto, tan gordos, tan sanos, tan cuerdos. 15 Un amigo mío estuvo tres días en la cama con una indispo

sición gástrica, a consecuencia de haber comido una ración de « Chou-crutté». Fuí a verlo y me lo encontré leyendo a Schopenhauer.

Pero hombre — le dije -, ¿cómo quieres digerir la filosofía 20 alemana si no puedes con la «Chou-crutté » ?

La filosofía alemana ha llenado de víctimas los manicomios. La alimentación ha poblado de enfermos los hospitales. ¡Ay! ¡Esa cocina francesa, tan ligera y tan agradable, esa moral tan alegre, esa filosofía tan fácil, esa música tan digestiva !


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Alguna vez he tenido precisión de preguntarle a un guardia por una calle; me he acercado a él y he mirado hacia arriba. El guardia tenía la cabeza levantada y no me veía. Le he llamado

y he formulado mi pregunta. Entonces el guardia, sin mover 5 la cabeza para mirarme, me ha contestado minuciosamente, y,

cuando yo me he ido, se ha quedado en la misma actitud, inmóvil e impasible. Y es que, cuando uno le pregunta a un guardia inglés, el guardia inglés no le contesta a uno, le contesta a la

sociedad. No hay cuidado de que uno influya en su espíritu 10 según vaya mejor o peor vestido y según sea más o menos

simpático. Ya he dicho que el guardia inglés es sobrehumano. Su espíritu es el espíritu del deber. Usted, yo, cualquiera, al acercarnos a él, somos la sociedad que le llama. El guardia

responde, y nada más. 15 Además, el guardia inglés debe ser impermeable. Aquí todo

es impermeable: los gabanes, las gorras, los sombreros, el calzado, el suelo ... Pues yo creo que los guardias también están hechos de una substancia impermeable. No me lo explico de

otro modo. ¡Hay que ver lo que llueve sobre ellos ! Un guardia 20 español se ablandaría. El guardia inglés no. Deja la guardia, se

va a su casa y está seco. La lluvia le moja, los coches lo salpican, y el guardia sigue tan impasible como los edificios contiguos.

Mi admiración se colmó la otra tarde. Me dirigí a un guardia para preguntarle una dirección, y el guardia no sé qué me dijo, 25 que yo no le entendí.

Ya que no habla usted en cristiano le dije entonces en español, - bien podía usted hacer señas. Se hace así - alargando la mano ; se cuentan con los dedos una, dos, tres, las

calles transversales que tengo que encontrar en el camino, y 30 luego se me hace así o así, con la mano, según deba tomar a la derecha o a la izquierda.

El guardia no me miraba; pero de pronto alargó un brazo tremendo, un brazo como una grúa. Me cogió del cuello de la


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– No vi a usted ayer en la Plaza, don Marcos. El asiento de usted estuvo toda la tarde vacío.

– Estuve en el palco del Ayuntamiento. Presidía mi amigo Paquiro. 5 - i Qué estocada la de Lagartijo !

- Soberbia ! hasta la taza. - Y sin volver la caral...

En seguida dije yo que el toro estaba muerto, y me querían comer todos los concejales.

Pues efectivamente, el toro estaba muerto.

Como que cayó junto a la puerta de caballos y el puntillero no tuvo nada

que

hacer. El Cojito sí que estuvo atroz ayer tarde. ¡Qué bruto !

- ¡Cómo rasgó al quinto! Un toro que podía haber ma15 tado todavía diez o doce caballos. Paquiro no quiso seguir mi

consejo; pero yo le dije que un picador que comete ese atentado con un toro como el quinto, en todo país civilizado, debe ir a la cárcel por seis meses. ¡Qué piqueros !

Ahora no hay autoridades inteligentes, y una autoridad 20 inteligente es lo que más falta hace en las corridas.

- El público tiene la culpa. — Claro, porque todo lo tolera y no tiene energía para sostener su derecho.

- ¿Sabe usted que va a ser un torero aquel chico que puso 25 los dos pares al cuarto ?

- ; Ya lo creo! Es un chico que vale mucho; muy sereno.


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- Pues como no se deje cesante a alguno . por ejemplo, a D. Sabas Sabidillo ...

- Ése es recomendado de la duquesa de P. ... — Pues a D. Remigio Cartucho ... Ese es del duque.

5 - Entonces a D. Ramón de la Corredera ...

Ese es mi sobrino, hombre. - ¡Ah, no me había fijado !

Traiga usted el libro. ¿Y éste? D. Jacinto Papillón.

- Ése no viene a la oficina, pero es hijo del senador ..

-i Ah! Ya encontré aquí uno. D. Pedro Inocentín. Nadie le recomienda.

Ese es el mejor empleado de la casa. Todos los gobiernos le han respetado. Es muy inteligente, muy trabajador y sabe de memoria todo lo que se ha legislado sobre todos los ramos 15 de la Administración.

Saber es.

Yo no veo otro medio que dejar cesante a uno de seis mil, rebajar a seis a uno de ocho, y así queda la vacante.

- Perfectamente. Pues a hacerlo inmediatamente. Estos 20 compromisos políticos le obligan a uno a hacer cosas terribles.

- Y ¿a quién rebajamos a 6,000 ?

- Pues a ese Inocentín. Le colocaron los moderados ... Conque me parece que aun puede quedar agradecido ...

¡Y el que espera el ascenso hace ocho años! Es muy 25 duro lo que se hace con él.

Sí, hombre, sí; dígale usted que ya le ascenderemos. Ese diputado se nos va, de fijo, si no colocamos al sobrino. — Es muy fuerte, señor Ministro, muy fuerte.

Bueno; pues dígale usted que ya se le había dejado 30 cesante; pero que, en atención a sus méritos, se le nombra en comisión con 6,000 reales. Así quedará agradecido.

Eso sí.


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Y el Sr. Subsecretario ? - Tampoco.

Y; el jefe de sección, don Froilán? No ha venido.

Y en el Registro, ¿se puede ver a alguno de los empleados?

Se han marchado. - Si son las dos. No se canse usted, caballero, hoy no viene nadie por aquí.

- ¿Y dónde podría encontrarlos?

En las carreras de caballos están todos.

Señor don Manuel, no se apure usted. - Es que hay mucho

que hacer

у hoy nos faltan dos auxilia- у seis escribientes.

¿

Cómo se hace todo esto para mañana 15 que lo ha pedido el jefe ?

Pues mire usted, yo estaré aquí hasta anochecer, iré a comer en un verbo y me vuelvo; y aunque me esté aquí toda la noche, lo acabo.

-; Hombre! es demasiado trabajo. — Para eso me pagan. No hago más que mi obligación. -¡Cuánto siento, amigo Inocentín .

- No, Sr. don Manuel, no lo sienta usted. Ya sabe usted que mi deseo es complacer a mis jefes.

Lo que siento es que, precisamente, en usted ha ido a 25 caer ..

i Quél Sr. don Manuel, ¿me dejan cesante?... Sea todo por Dios. Mi mujer operada de un lobanillo, mi hija con tercia

que me han mandado tomar dos meses la leche de burra, que cuesta un dineral .. i Qué gracia! 30 No, tranquilícese usted, no queda usted cesante, pero se

le rebaja a 6,000 reales . . . El Ministro ha tenido empeño en que no salga usted de la casa en el arreglo que se hace.


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. ¿ Trae usted mucho ? — me preguntó don Praxedes cortándome la explicación.

Bastante — contesté algo turbado.

Púsele delante un montón de cartas y me dispuse a hacer 5 una relación del contenido de cada una.

Bueno, bueno — replicó él sin dejar de firmar y dándome a entender que nada de aquello le interesaba poco ni mucho.

Terminada la firma, quise darle cuenta de las cartas recibidas 10 para que se sirviese indicarme las respuestas.

Allá usted — me dijo. -Contéstelas según costumbre. Y se puso a hablar con Malcampo, presidente del Consejo de Ministros, que había llegado mientras don Práxedes despachaba

la correspondencia. 15 Recogí los papeles y después de hacer una cortesía, me

marché al Ministerio de Gobernación, donde continuaba instalada la secretaría particular de don Práxedes, y me puse a despachar las cartas como Dios me dió a entender.

Al día siguiente volví a casa del procer, y se reprodujo la 20 escena de la víspera.

Don Praxedes firmó cuanto le ponía delante sin leerlo, y mientras firmaba decía a Malcampo:

Bueno; lo que vamos a hacer hoy es concederle la palabra a Pérez; Pérez hará una pregunta sobre la actitud del Go25 bierno, y usted contestará « con enojo», pero sin declarar nada

terminante. Después yo llamaré al orden a Pérez, y en seguida pedirá votación nominal Rodríguez, etc., etc.

No he visto cosa más fácil que ser secretario de Sagasta. Mientras desempeñé este cometido cerca de su persona, ni 30 rechazó una sola carta, ni me dejó leerle las que recibía, ni me

preguntó cómo me llamaba, ni quién era, ni quién me había mandado allí, ni quién me pagaba la manutención.

Cierto día tuve necesidad de decirle :


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- Debo advertir a usted que yo soy también bastante decente. - No lo dudo.

- En eso no me meto; aquí los pupilos comen todo lo que 5 quieren, y si a alguno se le acaba el pan o pide la pimienta o el

aceite y el vinagre, nadie le dice nada por eso. En fin, quédese aquí un rato, y les verá usted comer. - No, señora, muchas gracias.

Para que se convenza usted de que en Madrid hay pocas 10 mesas como la de esta casa.

El hecho fué que D. Bernardino se quedó por once reales y medio; pero tuvo que ocupar la alcoba del comedor, bastante estrecha por cierto y sin más vistas que

las

que buenamente podía proporcionarse cuando abría la puerta o sacaba la cabeza 15 por un vidrio roto.

Allí le conocí yo, hecho un espárrago a fuerza de sufrimientos у malas razones. Doña Ramona - decía el pobrecillo,

- ¿ quiere usted hacerme el favor de traerme un poco de agua templada ? La 20 estoy pidiendo desde las siete menos cuarto.

i

Caramba! No es usted poco impaciente. Es que

acaban de dar las doce. Bueno, pues espérese 'usted, que estamos haciendo una cataplasma a D. Atilano, el del gabinete. 25 El pobre D. Bernardino no se atrevía a replicar, porque harto

sabía él que el otro pagaba un duro diario, y era, por consiguiente, objeto de todas las preferencias. De modo que, o tenía que renunciar al agua caliente, o iba por su pie a buscarla a la cocina,

con gran disgusto de la cocinera, que le llamaba «cominero » y 30 « catasalsas ».

— No se acerque usted al fogón - gritaba la maritornes. Pida usted lo que necesite y no toque los pucheros para nada.

- Pero si estoy toda la mañana dando voces.


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– Vamos a ver — le dijo, - įusted cuánto cobra por cada visita ?

No hablemos de eso contestó el discípulo de Hipócrates.

- Sí, señor; hay que hablarlo todo, porque después no me 5 gustan cuestiones.

Bueno, pues le cobraré a usted a diez reales por cada visita. i Qué atrocidad! ¡Diez reales ! - Vamos, póngase usted en razón - dijo D.a Rudesinda.

¿Quiere usted siete? - preguntó el enfermo.

Vamos, que no sea ni lo tuyo ni lo del señor. Le damos a usted siete y medio, y no hay más que hablar — replicó D.a Rudesinda.

El médico bajó la cabeza, y D. Cirilo sacó la mano fuera de la cama, diciendo: 15 - Vaya, tómeme usted el pulso, y no me recete usted cosas muy caras, porque los tiempos no están para hacer desembolsos.

– Está usted muy débil — dijo el doctor, pulsando a D. Cirilo. ¿Se alimenta usted bien ?

- Ya se ve que sí — contestó la esposa del enfermo. - Aún 20 esta mañana se comió él sólo cerca de un cuarterón de hígado y dos avellanas tostadas que nos regaló la portera.

Pues es necesario aumentar la alimentación. ¿Le gusta a usted la carne ?

Ya lo creo que me gusta; pero no la saca usted menos 25 de veinte cuartos la libra, y para eso hay que ir a comprarla a la calle de la Ruda.

Y le dan a usted dos o tres onzas de hueso añadió D.a Rudesinda. - Coma usted buena carne, beba usted buen vino у

buena 30 leche, trabaje usted poco

D. Cirilo abrió los ojos asustado. Su esposa se llevó las manos a la cabeza y el doctor se fué por el foro, después de decir que volvería al día siguiente.


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luzco siempre. ¡Ya se ve! Lo principal es que no pueda embestir ni menearse. Parece que se tapa en banderillas. i Demonio ! Si llegará a hacerse de cuidado? ¡Buen par! Y de

castigo : eso es lo que yo quiero, que lo dejen hecho una babosa. 5 i Bendita sea tu capa, saleroso ! Le has dado un recorte

bueno; con otro que le des así, no le va a quedar al bicho un riñón sano.

i Anda con ell Recórtale otro poquito, criatura. ¿Ves? ¿Ves cómo ya se resiente del cuarto trasero ? (Suena el

clarin.) Ea, vamos a matar. ¡Ay, Virgen de las Angustias ! 10 Cada vez que tengo que coger la muleta, me entran unos

sudores . . . Pero hay que sonreír para engañar a los aficionados. Vaya una cara serena que llevo. iSi pudieran verme por dentro ...! Brindo

por

uzía y por toa la gente aficioná y por el coraje 15 de los hombres de vergüenza, y ¡ olé! vamos a matar er toro.)

No hay quien tire la montera con esta gracia. (Aplausos.) Ya he entusiasmado al público . « Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros ...»

i Dios mío! i Qué cuernos! ¡Y cómo me mira! Vamos a 20 tentarle con un telonazo. 1 Zape! Por poco se me cuela. Ahora

un pase por alto. ¡Ajajá! Éste ha salido bien; otro de pecho; i

bravo ! ¿Por qué no me aplaudirán ? ¡Si se cuadrara! Pues no se cuadra. 1A ver si dándole un pase en redondo! Toma,

maldito, toma, para que te canses y humilles y me dejes meter 25 el brazo ... | Socorro! (Silba.) Me silban porque he tomado

el olivo. ¡Pero si el toro se venía encima! ¿Me había de dejar coger? Qué cosas tiene el público! ¿Adónde habrá ido a parar la espada ? ¡Ah! Ya me la trae Conejo . .

Vamos allá otra vez. Anda, torito, por la memoria de tu 30 madre, déjate matar. Si esto no vale nada! Ya verás qué

pronto despacho, y cómo me tocan las palmas. Voy a darte un pasecito de pitón a pitón; embiste, pero no me busques el bulto, que me puedeş lastimar. Perfectamente; ahora necesito que


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- Me enganchó y me volteó, y me puso que no había por dónde cogerme. En fin; unos vecinos generosos me metieron en un cesto, y pensaban arrojarme a la basura creyéndome en

completa descomposición, y gracias al sacristán no realizaron su 5 intento; pero estuve en la cama cerca de dos meses, envuelto en unos trapos, y tenían que darme de comer con un embudo.

i

Pobre don Aquilino !

- No saben ustedes cuánto sufrí entonces. No tienen ustedes más que ver cómo me ha quedado esta pierna.

Y don Aquilino se remangó el pantalón, mostrando a sus asombrados interlocutores un bulto en la rodilla, tamaño como una bizcochada.

- Desde entonces, siguió diciendo, en cuanto oigo hablar de toros aprieto a correr, y basta que haya corrida aquí mañana 15 para que yo me traslade a otro pueblo. Cuando haya pasado la diversión y fallezca todo el ganado, volveré.

i Hombre! ¿Nos va usted a abandonar? – Nada, nada. Al amanecer pienso tomar el carro de Aravaca.

Aquel año había en Pozuelo grandes fiestas para celebrar el 20 día de la Virgen, milagrosa imagen digna de aprecio, y los veci

nos de la localidad se disponían a divertirse en la plaza pública toreando ocho magníficos moruchos, dos de los cuales serían estoqueados por el Besugo, primer espada procedente de Madriz

y uno de los primeros chancletas de la provincia. 25 Pero don Aquilino renunció a tanta felicidad, y no bien había

asomado el sol por las ventanas de Oriente, tomó el camino de Aravaca.

¡Cualquier día me expongo yo a que me vuelva a coger un torito! iba murmurando. Dentro de dos horas se hará el 30 encierro, y yo estaré entonces en casa de mi primo el sangrador,

libre de peligros y sinsabores. i Los toritos ! Les tengo una rabia ! Cada vez que me acuerdo del achuchón con que me obsequió aquel pedazo de animal frente al estanco, se me pone


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líneas de puntos suspensivos. Por bajo de ellos decía el señor Escrich: Estaba loco!» O «i estaba loca!) según fuese varón o hembra el demente. De otras invenciones de los hom

bres, no menos peregrinas e ingeniosas, tuve noticia por nuestro 5 autor, de las cuales pienso hacer, con la ayuda de Dios, el uso que más prudente me pareciese.

No sólo por haber acaudalado con preciosos datos mi saber debo estar reconocido al Sr. Escrich. Aún recuerdo con lágrimas

en los ojos (líquidas perlas que él llamaría) el ruido que hacían 10 sus novelas al entrar por debajo de la puerta. Yo caía sobre

ellas como el gato sobre el ratón, y con la entrega en la mano marchaba mayando a devorarla a la soledad de mi cuarto. Pero la primera entrega siempre dejaba levantado un puñal sobre

el pecho de un inocente, o cuando no, pendiente a alguno de un 15 clavo sobre un abismo, y eran de ver entonces las ansias que a

mí me entraban por saber cuántas pulgadas había penetrado la navaja o en qué forma se había roto la cabeza aquel prójimo. El saberlo costaba dinero, que no era el Sr. Pérez Escrich de esos que

de buenas a primeras y por afición le vienen a contar 20 a uno todo lo que ocurre, y me veía precisado a demandar

socorros a mi padre. Mas éste, por aquel entonces, estaba en que Cervantes era mejor novelista que

Pérez Escrich у

solía negarlos, y entonces acudía a mi buena madre, que no profesaba

ideas tan perversas. Ésta descogía con mano piadosa la jareta 25 de su faltriquera para que todas las semanas se entrasen por la

casa dos reales de Esposa mártir o de Mujer adúltera, que no bastaban, ni con mucho, para calmar los arrebatos de mi espíritu investigador. Ahora comprendo por qué he llegado a ser el

mejor crítico de España. 30 Pérez Escrich en el campo, en el círculo, en el terreno, en el

estadio, en el circuito de la literatura representa una idea, es una idea. La idea de Hegel es realidad. La de Pérez Escrich es entrega.


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disfrutar sus bienes, y el malvado que se los arrancó, confuso y despatarrado, vaya a entenderselas con los esbirros del Saladero? Cierto que no lo hay, y el Sr. Escrich aplica todo su

esfuerzo a una empresa tan meritoria. Una vez conseguido su 5 propósito, esto es, después de restituidos los cuartos y puesto

el ladrón a buen recaudo, el Sr. Escrich, en conciencia, no quedaba obligado a más. Sin embargo, la novela no da fin en este punto, sino que, desplegando un celo nunca bastante agradecido

y pagado con el miserable cuartillo de real en que se estima 10 cada entrega, el autor se entretiene con afectuoso esmero a

contarnos en qué forma y manera gastó aquella familia su dinero, qué vida se daba, cuánto pagaba de contribución y qué número de platos se ponían a la mesa. Con esto, la descolorida

costurera que tiene entre sus manos El pan de los pobres, se in. 15 flama de curiosidad y de gozo : cierra el libro, apoya en la mano

su mejilla, y fijando los ojos en la luz de petróleo, comienza a soñar. iQuién sabe si algún pícaro de los que pasean en coche por

el Retiro estará comiendo una fortuna que pertenezca a sus progenitores! Mira a sus manos, y sus manos no pueden ser 20 más afiladas, más finas, más aristocráticas; mira a sus pies, y

sus pies no pueden ser más breves, más estrechos, ni más altos de empeine. La costurera se siente con fuerzas bastantes para ser millonaria. He aquí cómo Pérez Escrich sabe herir las fibras más delicadas del corazón humano.

Hablemos ahora de la filosofía del Sr. Escrich.

La verdad es que este mundo no está bien arreglado. En esto convenimos todos. ¿Por qué había yo de estar, sin bendita la gana, borroneando la semblanza del Sr. Escrich, en vez de ocuparme seriamente en pasear por Recoletos ?

¿

Por qué cuando 30 salgo de casa con paraguas no llueve, y llueve precisamente cuando salgo sin él?

¿

Por la muerte condición necesaria de la vida? ¿Por qué los oradores del Congreso dicen a cada instante « tuvo lugar » ?


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y el rebuzno prevaleció sobre la palabra. Don Salomón fué despedido por la familia del doliente, y quedó instituido médico de cabecera el triunfal don Bodoque. A poco tiempo compraba

éste una finca y vendía el otro sus cubiertos de plata. Dos 5 meses después quedaba en el pueblo un solo médico ; don

Salomón ya no ejercía su facultad; o mejor dicho, le habían obligado a no ejercerla de puro no llamarle alma viviente.

Trataba de emigrar, y para hacerlo hubiera querido ir a los antípodas, o poco más allá; pero ay! no poseía las alas del 10 águila, ni aun las de la golondrina, viajeros gratis para los

cuales no existen aduanas, diligencias, barcos ni ferrocarriles; y hallándose exhausto de ese vil metal, así llamado por los lo tienen, su propósito quedaba reducido a pensamiento vano y

fantástica quimera. Veíase, pues, sin posibilidad de salir del 15 pueblo, cual si con clavos timoneros allí estuviese clavado y fijo;

pasaba largos días meditando en su desgracia, y cada vez miraba más oscuro y cerrado su horizonte. Pero como no hay mal que cien años dure, ni enfermo que lo resista, llegó ocasión en que por

inesperados medios logró los de cumplir su propósito, dando un 20 eterno adiós a aquel pueblo donde tan poco estimadas y tan escasamente premiadas habían sido su honradez y su ciencia.

Ya tenemos a nuestro don Salomón preparando cofres y maletas para emprender su viaje, ya encajona sus libros, únicos amigos que le restan, y ya por fin, envuelto

у

rebozado en un 25 ancho levitón de camino, espera que luzca el siguiente día, que

será el de su marcha. Entre la multitud de pensamientos que batallaban entonces en su cerebro, fijósele uno de tal suerte, que absorbió a los demás, y dominando su voluntad por com

pleto le llevó ... ¿a que no aciertan ustedes dónde? Ni más 30 ni menos que a casa de su cofrade el venturoso cuanto afamado galeno don Bodoque.

Entró, sentóse, y venciendo su natural circunspección y modestia, con el desparpajo del hombre que sacude su capa y piensa irse para no volver jamás, dijo a su afortunado colega: Que su merced no ha estudiado medicina como debiera, cosa es averiguada; que no la sabe ahora, es cierto y evidente ; que no la sabrá jamás, es posible y aun probable. Le he visto siendo guitarrista y pela-barbas, convertirse en doctor afamado; me he visto a mi propio de hacendado médico transformado en triste pelagatos; y en verdad, en verdad, que tales metamorfosis ni


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Clavijo lo supo, y desde entonces no pasó día sin que alguna de las hermanas en el patio, en la salita baja, en el zaguán al abrir la puerta, y sobre todo, en una despensilla con ventanuco

de un pie cuadrado que daba a la calle, sin más puerta que una 5 cruz de hierro, no hallasen un peso duro, columnario, de plata

fina y más sonora que una campana; un duro, en fin, del siglo anterior, y basta para encarecer su mérito. ¿Quién era el duende, mejor dicho, el alma discreta y piadosa que tan gene

rosamente las aliviaba en su necesidad, excusando presentarse 10 para evitar hasta las más naturales palabras de agradecimiento?

Por mucho que las maravilladas costureras se devanaban los sesos cavilando, no sacaban en limpio el nombre de su bienhechor. ¿Sería un ángel? ¿Sería tal vez algún cuervo de

aquellos que en edades antiguas iban diariamente con su pan 15 en el pico para alimentar a los cenobitas del desierto ? ¡Ay!

Las modestas jóvenes no se creían tan santas como para que los ángeles bajasen del empíreo a socorrerlas, y en cuanto a los cuervos proveedores gratis, ya hace largos siglos se acabó

semejante casta de pájaros, sin que hayan dejado descendientes. 20 ¿Sería . . . 1 qué horror!... sería el diablo mismo ? En el

siglo pasado, y en España, el diablo era todavía un personaje importante. Hoy yace arrinconado el infeliz, sin que nadie le haga caso. Además, el diablo no podía ser; que el árbol se

conoce por sus frutos, y ellas habían remediado sus apuros, y 25 su madre se encontraba ya de pie y mejor que antes, y aquellos pesos duros fueron y estaban siendo dinero de bendición.

Pero ya dos meses eran pasados y la argentina lluvia continuaba. Las hijas y la madre estaban fuera de sí; la alegría, y

más aún la curiosidad, una curiosidad invencible y ardentísima, 30 las traía sobreexcitadas y calenturientas. ¿Quién será? ¿Quién

podrá ser? Estas preguntas no se caían de sus labios. Pasaron de centinela varios días. Al fin llegó uno, funesto y aciago para ellas, en que agazapadas y ocultas madre e hijas vieron


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de los más estirados que hoy vemos por la Fuente Castellana con el importe de lo que llevaba encima un lechuguino de entonces, que así se les llamaba.

No era lechuguino el señor de Clavijo ; pero su notoria hidal5 guía, sus relaciones sociales, y más aun su crecidísimo caudal,

le llevaban a vestir y a portarse en todo con sumo esplendor y riqueza. Siempre eran sus caballos los mejores cartujanos y cordobeses; su coche, uno de los poquísimos que en la ciudad

había, era un coche de principe, aunque no lo usaba ; su casa 10 era inmensa y llena de joyas artísticas, y la maciza plata de su

comedor y cámaras hubiera con su peso agobiado los lomos de un elefante. Paréceme, pues, que el señor de Clavijo estaba bien equipado y redondeado y no podía en manera alguna que

jarse de la ciega diosa. No se quejaba, en verdad, como tantos 15 otros ricachones que se lamentan de vicio, y aun suelen decir

con mucha sorna que envidian al sencillo jornalero de los campos o al artesano industrioso; por lo cual yo quisiera verlos esgrimiendo un azadón o machacando un yunque de sol a sol y por

un pedazo de pan, a ver si entonces estaban contentos. Pero 20 dejemos la cuestión eterna de pobres y ricos, que es por extremo peliaguda, y vamos a mi historia.

Claro es que como vestía lujosamente el señor de Clavijo, y él mismo no se hacía las ropas, algún sastre había de tener, y lo

tenía, y era uno de los más encopetados de la ciudad. Pero los 25 sastres de entonces, por muy encopetados que fuesen, no des

deñaban el ir en persona a casa de sus parroquianos para probarles los trajes; por lo cual sucedió un día que el señor de Clavijo recibió la visita del

suyo.

Traíale una capa de grana bordada en seda de colores por el cuello con sumo primor; la 30

tal capa era una joya, y cualquiera, por escrupuloso que fuese, hubiera tenido satisfacción en vestirla.

Mas al verla el señor de Clavijo contrajo los labios con cierta señal de disgusto, ya porque el corte no le pareciera bien, ya


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vendido nada! ¡Venga ese jaco, señor de Clavijo ! - Y a todo lo largo de la calle Ancha de la Feria se armaba un jaleo de quince mil demonios, con las desaforadas carreras sobre loza y

cristales, voceo de los vendedores y aplausos de los transeuntes. 5 El señor de Clavijo, aunque hombre llano у

hasta brusco en ocasiones, no era nada ignorante; al contrario, alcanzaba más que muchos doctores en ambos derechos y que muchos padres graves cursados y curtidos en la teologia dogmática y moral.

Su inteligencia estaba al tanto de lo que se pensaba y escribía 10 en los más adelantados pueblos de Europa, y como los libros de

allende los Pirineos eran en España contrabando abominable, venían entonces a Sevilla por los barcos del río, con la particularidad de que los destinados a mi héroe salían ya

encuadernados de Marsella y con rótulos arbitrarios en el dorso por este orden: 15 Obras de Santa Teresa de Jesús; Sermones del V. P. Fr. Luis de

Granada ; Meditaciones Piadosas; Vida del Patriarca San José ; etc.; y abiertos luego resultaban tratados filosóficos y políticos de autores nefandos, entre los que no faltaban Diderot, Voltaire

y Rousseau. Pero solamente los abría y estudiaba su dueño; 20 que si algún amigo, leyendo los títulos a través de las alam

breras del estante, pedía prestadas las obras de Santa Teresa у de otro cualquier santo o varón piadoso, el señor de Clavijo contestaba impasible :

- Vaya usted a la librería de frente a la Catedral, tome ese 25 libro y que me lo pongan en cuenta, que yo se lo regalo; pero de mis estantes no sale ninguno.

Con lo cual alejaba a los moscones y se ahorraba de serios disgustos.

Innumerables serían los rasgos y originalísimos hechos que 30 del señor de Clavijo podrían citarse; mas para muestra bastan

los ya narrados, que ni pienso escribir su biografía, ni es justo llenar el presente volumen con un solo personaje, pues sería quitar su sitio a los demás. Pero lo que no puedo ni debo dejar en olvido para postre y conclusión es la ocurrencia final de mi héroe, celebrada por las cien trompas de la Fama y atribuida a protagonistas diversos por ignorancia o mala memoria de los narradores.


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AMAN. (Quitándoselo.) Me vas a ver en mangas de camisa .. ¡Qué vergüenza para los dos ! ... Tome usted, Basilia. (Suena la campanilla de la puerta dentro, y no cesa hasta que Basilia se va por la del foro.)

Fil. ¡Ay, Dios mío! ¡Ese es papá ! Bas. ¡Ese es el señor!

5 AMAN. Dónde me meto ? FIL.

i

En el baúl ! AMAN. No, no, no; en el baúl de ninguna manera. Bas. ¡ Ah, qué idea! ¡ En la cama bien tapadito no lo ve! Fil. ¡Es verdad ! AMAN. ¡Pues a la cama ! Fil. ¡A la cama ! Bas. Boca abajo es mejor. AMAN. Boca abajo.

Bas. (Tapándolo bien.) | Al pelo! (A Filadelfa.) Guarde usted el 15 chaqué, que yo voy a abrir. (Vase por la puerta del foro. Filadelfa esconde el chaqué en el baúl mundo.)

Fil. i La Virgen esté con nosotros I

ESCENA III

DICHOS y DON PANTALEON D. Pan. (Por la puerta del foro. Basilia lo sigue.) ¿En dónde se habían metido ustedes? ¡He echado abajo la campanilla !

Fil. ¿Qué traes, papá ?

D. PAN. i Que por poco me muero en la escalera! ¡ Acabo de tener un gran disgusto con Almagrete!... | Desagradecido!

i Un hombre que me debe mil atenciones 1... Bas. Y mil pesetas.

25 D. PAN. ¡Y mil pesetas! ¡Un hombre a quien yo he visto nacer dos veces !

Fil. Papá, ¿ qué estás diciendo ?

D. PAN. ¡Sí, señor, dos veces: una, cuando nació, y otra hoy, que por poco lo mato ! i Brrrrr! ¡Me va a dar una 30 apoplejía fulminante ! . i Basilia, suba usted ahora mismo y avísele al médico que vive en el cuarto !


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AMAN. No necesito que me lo supliques.

DOCTOR. (Saliendo por la puerta del foro con Basilia.) A ver, a ver; ¿dónde está el paciente ? Buenas tardes.

FIL. (i Cielos !) AMAN. (i Santo Dios !)

5: DOCTOR. (Encarándose con Amandino, que aun sigue en la cama.) ¿Qué es eso, hombre, qué es eso? ¿Qué le pasa a usted ?

Bas. (i Anda!) AMAN. No . . . si yo ... si yo ... FIL. (Amandino, no me descubras. Piensa en mi honor.) AMAN. Yo...

yo yo ... DOCTOR. (A Filadelfa.) (Balbucea; i no me gusta nada!)

Fil. (i Con tal de que me guste a míl...)

Bas. (Vigilaré, no salga el señor y acabe con todos.)

DOCTOR. Vamos por partes; confiésese usted conmigo. ¿Qué 15 siente usted ?

AMAN. Haber venido a esta casa hoy.

DOCTOR. ¿Eh? (Delira. ¡No me gusta ... !) Veamos el pulso. Hay algo de molimiento de huesos, ¿verdad? Como si le hubieran pegado a usted dos palos.

AMAN. ¡Lo mismo, sí senor! (i Qué ojo tiene este hombre !) Bas. (Dando un grito.) ¡Ay! Todos. ¿ Qué? ¿qué? ¿qué ocurre? Bas. Nada, nada; creí que era otra cosa. Fil. Hija, por Dios .

25 DOCTOR. (A Amandino, con solemnidad.) (¿Sabe usted que no me gusta la criada ?)

AMAN. (No; ini a mí tampoco !) DOCTOR. Bueno; sentimos dolor de cabeza, ¿verdad?

AMAN. Sí, señor. (i Que acabe y se vaya !) Sentimos dolor 30 de cabeza.

DOCTOR. ¡Perfectamente!... Aquí, por fortuna, tenemos el remedio más eficaz. (Coge los dos sinapismos de marras y los moja en el lavabo.)


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gorda, que se llamaba la señora Juliana Arrevaygorregoyquirrumizaeta) saltó de su asiento cazo en mano, y arremetiendo alternativamente, ya al mulo, ya al arriero, los echó de sus posesiones

con una descarga cerrada de vocablos facciosos, que tan claros 5

el amo como para los mismos pollinos. En majestuoso cónclave reposaban tranquilos tomando el sol sentados encima de sus cubetas hasta cuatro docenas de mozallones gallegos y asturianos, los cuales, viendo el aturdamiento

del castellano y lo fuera de razón de la vizcaína, reían hasta más 10 no poder, hasta que uno, más caritativo, indicó al forastero que

la calle que buscaba se encontraba sobre su derecha. Mas fuese que el castellano no entendiese el lenguaje de Castilla, o que el otro se lo dijese en gallego, hubo de tomar el rábano por las

hojas, y comprender que había de seguir la calle derecha y no 15 la derecha de la calle ; conque siguió majestuosamente por toda

la Plaza arriba, Puerta del Sol, calle de la Montera y de Fuencarral, buscando la Cava Baja ; verdadero emblema él y su recua de la actual generación española, caminando con igual acierto al punto término de su felicidad.

Dejo a la imaginación del lector los muchos lances siquier grotescos, siquier trágicos y fatales, que el pobre recienvenido hubo de experimentar en tan larga travesía ; hasta que, viéndose ya cerca del cementerio, empezó a sospechar que no era por

allí el camino de su posada. Por fin, después de muchas pre25 guntas y respuestas, dares y tomares, idas y venidas, tomó la

vuelta de la Puerta del Sol, y al fin de dos horas cumplidas dió consigo y su comitiva en la Cava Baja.

Luego que se vió en la posada, rodeado de racionales e irracionales compatriotas, despachado en común mesa un razonable 30 pienso de menudos y pimientos, amén de la cebada y la paja

que con noble abnegación cedió a sus pollinejos, hechos cuatro mimos a éstos en señal de buena amistad, y cambiadas cuatro interjecciones machos con el mozo de la posada, acomodó sus


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Sea de ello lo que quiera, este tal Faco tenía, como queda dicho, a su cargo, hasta un par de galeras, que hacían periódicamente el viaje de Salamanca a Madrid, y como saben muy

bien los que tal viaje hubieren hecho, es cosa consiguiente el pasar 5 por la villa de Fontiveros, y siéndolo, era preciso que el tío Faco

hubiese en ella conocido a nuestro Juan Algarrobo, alias Cochura ; siendo esto tan cierto, que varias veces se cruzaron en el camino y cambiaron las botas, o se dirigieron de común

acuerdo a casa del Juan a herrar una mula, o a arreglar las 10 varas de la galera ; razones todas más que poderosas para tener y sostener una razonable amistad.

Conoció, pues, el viejo Faco que era la ocasión llegada de aventurar algunos paternales consejos a aquel incauto pajaruco

caído voluntariamente y por primera vez en las sutiles redes de 15 la corte, y así, llamándole aparte y llevándole a un rincón del

zaquizamí, escupió dos veces o tres, hízole sentar, y le habló de esta manera :

Amigo Juancho, ya tú sabes las obligaciones que nos debemos, como paisanos que somos y como amigos, y lo mucho 20 que nos queremos tu madre Forosa y yo; así, que no extrañarás

que venga aquí a ocupar su lugar y a darte consejos que en esa tu edad y en esta villa, luego luego habrás menester. - Escúchame, pues, atento, sin jugar con la faja, ni mirar a los dedos,

y clava en el magín todo lo que de mí oyeres; que día vendrá, y 25 no está lejos, en que lo recuerdes con agradecimiento y pagues con él al viejo que te está hablando.

Has llegado, Juancho, a un lugar en que la precaución y el consejo son necesarios para no perder un hombre el juicio escaso que Dios le dió; lugar en cuyas calles se aprende más

que

la

que enseñan nuestros doctores salamanquinos a los que frecuentan sus escuelas ; lugar en que los chicos son bachilleres, las mujeres licenciadas, y doctores los hombres, sin más gramática que la parda, ni otras borlas ni mucetas que un


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Dispuso, pues, para ello, que el sacristán de Santa María (que fué la iglesia adonde aquél se dirigió) se hubiese dormido alguna cosa más aquella mañana, con que la puerta permanecía

aun cerrada; visto lo cual por Juancho, se determinó a esperar 5 hasta

que abriesen para oír la primera misa. Con esta intención habíase sentado descansadamente en la escalera de piedra que sube a la iglesia, cuando de allí a un rato acertó a pasar un hombre de equívoca catadura, que fijando sus ojos en aquel

descansado villano, como quien quiere conocerle, compuso y 10 compungió su semblante, y vínose a él con amabilidad, saludán

dole cortésmente. Tomando luego la palabra, extrañó que aun no estuviese abierto el templo, y manifestó su intención igual a la de Juancho, de escuchar la primera misa, cosa que todas

las mañanas hacía, según dijo. Seguidamente, como reparando 15 en su traje y acento, informóse del forastero de qué lugar

era, y luego que hubo dicho de Fontiveros, empezó a contar aventuras que en él le habían acontecido, y a relatar grandezas de aquella tierra, y lo mismo hubiera sido si le hubiesen nom

brado la China, puesto que ni una ni otra éranle absolutamente 20 conocidas.

El simple Juancho contestaba a todas las preguntas con gran espontaneidad, en términos que a los

pocos

minutos sabía el interpelante tanto como él mismo de su objeto en venir a la

corte, su condición, carácter y demás circunstancias. Creció 25 con esto la franqueza y correspondencia entre los dos paisanos,

que así se llamaban ya, y tanto se engolfaron en su plática, y tanto por otro lado tardaba en abrirse la iglesia, que el dialogante propuso a Juancho una vueltecita por detrás de los

Consejos, con que harían un rato de ejercicio, y de paso le 30 mostraría aquella parte más antigua de Madrid, que llaman

la Morería, en donde a la sazón dijo haberse hallado indicios más que medianos de cuantiosos tesoros allí escondidos por los pícaros moros, en cuyo descubrimiento se ocupaban entonces


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le ve, conde pone

la intención mete la cabeza. Esté usted seguro de que en este ayuntamiento han de votarle a usted hasta los difuntos. ¡Algo más duro de pelar es el otro mozo que

vamos a visitar en seguida, en ese pueblo que se ve a la dere5 cha! Es hombre que no da nunca el brazo a torcer, ni se decide

hasta el último momento... Y a propósito, ¿tiene usted alguna buena recomendación para la Audiencia del territorio ?

Absolutamente ninguna.

-¿No conoce usted a nadie que conozca a alguno de los 10 magistrados?

Le digo a usted que no. -¿Ni siquiera a un mal portero ? – Aguarde usted ... ¡Pero quiá !.

Siga usted, siga usted ... 15 Calle usted, hombre, i qué majadería ! Recordaba ahora

que estando paseando, tres meses hace, con un amigo, llegó a saludarle un forastero; y al separarse éste de nosotros, supe que era un primo tercero de la cuñada de un amigo del regente.

Pues tenemos cuanto nos hace falta. -¿Para qué, don Celso ?

Ya lo verá usted. Ahora tenga presente que la persona que vamos a saludar es muy arisca y muy agarrada; pero que se lleva a las urnas a todos los electores del ayuntamiento, y a

algunos más. 25

- ¿Y de qué procede esa influencia ? —preguntó don Simón con curiosidad.

De que el sujeto ese vende vino

у tabaco; razón por

la que no hay un vecino que no le deba algo; como no le hay del

Mayorazgo que no se lo deba a éste por razón de arrendamiento 30 o de préstamos ... o de otra cosa peor. Así se ejercen en los

pueblos las grandes influencias, y con ese criterio se hacen siempre las elecciones, como usted irá viendo poco a poco. Pero vamos al caso. Como nuestro hombre es avaro, conviene que


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- ¡Ya, ya ! — gruñó por vez tercera don Zambombo.

- En efecto, señor de Cuarterola — dijo don Simón enre dando con su larga y gruesa cadena de reloj, de modo que se

vieran a un tiempo ésta y los anillos de sus dedos; la sociedad 5 se desquicia si pronto no se le busca el remedio. Los pueblos

gimen agobiados por los impuestos más insoportables; la familia está amenazada de un cataclismo, porque las leyes se hacen y se interpretan por gentes sin arraigo, sin moralidad, y sin ...

contingencia. Es preciso, pues, llevar al Parlamento hombres 10 de recta voluntad, de posición; hombres verdaderamente ...

¿cómo lo diré más claro?... hombres, en fin ... contingentes; que no vayan allí a hacer su propio negocio, sino la felicidad de los pueblos ... Ahora bien: para que un hombre de estas con

diciones eche sobre sí carga tan pesada, no basta la abnegación 15 más patriótica ; se necesita también el concurso de los demás

hombres que como él piensan. Yo, señor don Jeromo, no he tenido inconveniente en sacrificar al bien de mi país la tranquilidad de mi hogar, y hasta el lucro de mis negocios par

ticulares; pero será estéril mi abnegación, si los hombres 20 influyentes, de arraigo, de convicciones sólidas y saludables, de

contingencia, en fin, como usted, me niegan su apoyo en estos instantes supremos.

He dicho. -i Bravo! ¡ Bravo ! gritó a coro su estado mayor.

- ¡Ya, ya! — gruñó por cuarta vez el tabernero, sacando una 25 mano del bolsillo para rascarse el cogote sin quitarse el sombrero.

i Esto es hablar como un libro, don Jeromo ! exclamó Lépero. i Que vaya este hombre a las Cortes; que vayan muchos como él, y España se pone camisa limpia !

-i Ya, yal... Pero ... - murmuró Cuarterola. 30

Pero ... qué, ¡ hombre de Dios! ¿Acabará usted de romper a hablar?- le dijo Lépero ya exasperado.

- Vamos a ver qué tiene que objetar el bueno de don Jeromo, - añadió don Simón afablemente.


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- Si usted tuviera la bondad de ser un poco más franco ! se atrevió a decirle don Simón.

- ¡Pssée ! — refunfuñó don Zambombo. — ¡Como tampoco ustedes lo son!... 5 - Cómo que no ?

Es la verdad. Y si no, a verlo vamos. Yo me comprometo a votarle a usted con todos mis amigos. - Muchas gracias, señor don Jeromo.

Con tal de que usted se comprometa a otra cosa. - Nada más justo, señor de Cuarterola. ¿Ve usted cómo al cabo nos vamos entendiendo ?

Ahora lo veremos. Lo que yo quiero es que se haga, en todo este año, una carretera desde esta misma puerta al camino

real, que no va muy lejos de aquí. 15 – Nada más justo, señor don Jeromo; y desde luego me

comprometo, si llego a ser diputado, a hacer cuanto pueda por conseguirlo ... y lo conseguiré, de seguro.

- ¿Lo ve usted ? Pues esto me van diciendo todos los diputados que me han pedido el voto de diez años a esta parte.

- Ya! Promesas vanas. - Como las de usted.

-¡Hágame usted más favor, señor mío; que yo soy una persona de formalidad !

Que el día en que sea diputado tendrá cien mil cosas en 25 qué ocuparse, más formales que este pobre camino.

Cuando yo doy una palabra ...

Mire usted, señor don Simón: el camino costará, según presupuesto que se ha hecho, sobre tres mil duros. Deposite

usted esa cantidad donde mejor le parezca y con condición de 30 que se ha de emplear en esa obra, y yo le doy a usted la votación de todo el ayuntamiento ... y algo más.

- Eso es desconfiar de mí; y sobre todo, yo no puedo pagar tan cara mi elección.